domingo, 30 de noviembre de 2008

THREE BIG MOMENTS

El western es el género cinematográfico que ha retratado la relación del hombre con la naturaleza. Inclusive cuando la modernidad irrumpe lo que se vuelve a plantear es el reordenamiento de esa relación fracturada entre hombre y medio. Todo el tiempo, sobrevivir en una tierra hostil y desconocida es el gran tema de donde nacen los sub-temas que, a su vez, ofrecen las variaciones y los motivos en este cine.
El viaje del protagonista dejando una vida anterior en busca de un nuevo y mejor principio es recurrente en el western. Este camino esta plagado de pruebas y el héroe debe demostrar su moral manteniéndola intacta. Este transitar implica un cambio que se va a reflejar en la resolución de perturbaciones anteriores, y en la tranquilidad espiritual del protagonista para continuar solitario, o bien para asentarse junto a una mujer.
La acción transcurre en un local definido. Entre las montañas, en la pradera, en una estación o bien en un pueblo, pero siempre este lugar es de paso, nunca definitivo. Su función es servir de zona de lucha donde después de algunas alteraciones, el héroe va a auto-reconocerse poco antes del ajuste final. Como en toda sucesión, temporal o espacial, hay hechos o lugares que se anteponen a otros. Pero si se habla de viajes los momentos son, básicamente, tres: la partida, la llegada y el camino que une ambas.
Tanto en Horizontes Lejanos (Ben of The River, 1952) de Anthony Mann, Hombres sin Destino (Seven Men From Now, 1956) de Budd Boetticher, y en 40 Pistolas (Forty Guns, 1957) de Samuel Fuller, el protagonista está transitando la travesía. Tres las partes del camino, tres los directores, tres los films y tres los grandes momentos para hacer de estas palabras imágenes y sonidos.
Minuto cero de Horizontes Lejanos. La cámara está fija a la altura del suelo como una piedra más. La música de Salter marca el paso de las carretas, y espera paciente la entrada a campo de James que coincide con la de Anthony. Para cuando, las fanfarrias gritan a los desprevenidos ambas presencias. Solo después de hecha la presentación, la cámara corta y se ubica mejor para verlo venir de frente y así observar los detalles. Su sombrero de ala recostado hacia la izquierda, su casaca color tierra, su pañuelo a la garganta y su andar de James Stewart. Un hombre agradable entre gente agradable. Pero, en verdad, el viaje en caravana oculta a un hombre que quiere compensar su pasado y construir un futuro mezclándose entre buenas personas, como si el bien fuese contagioso.
Ya en 40 Pistolas, la cámara es más precavida. Será que sabe que puede ser pisada. Toma distancia y observa desde un gran plano general. Montañas, llano, y la sombra de las nubes llenan el cuadro anticipando la acción. Inmediatamente, el oído prima a la vista. Pájaros, el quejido de una carreta por el pedregal, y un sonido abrumador que lo abarca todo. El ojo mira al horizonte y baja bruscamente para esconderse bajo el carro. Y hasta intenta algunas veces salir, pero Jessica y sus 40 ladrones no terminan de pasar. Ahora, el héroe forma parte, literalmente, de esa tierra. Pero no esta solo, sino acompañado por sus hermanos y no va a vengar ningún crimen anterior, porque la pérdida se da en este camino. Pero sí busca asentarse y desde un primer momento sabe con quien quiere hacerlo. El encuentro sexual entre Jessica Drummond (Barbara Stanwyck) y Griff Bonnell (Barry Sullivan) pasa con la fuerza de un tornado dejándolos entre las pajas, exhaustos y desarmados para hablar de ellos.
Por último y de la mano de RanBudd (Randolph Scott y Budd Boetticher) el viaje es protagonizado por un hombre solitario que quiere encontrar a los culpables de un crimen y así resolver el remordimiento que siente por la muerte de su esposa. Pero en el camino están las pruebas. Una mujer de otro hombre y el pecado latente. Sin embargo, Scott no pierde el rumbo, es un héroe y se sacrifica. Es un mártir de su moral pero al final tiene su recompensa.
Diez minutos para entrar al segundo plot point de donde no hay vuelta atrás. Ben Stride (Randolph Scott) tiene que continuar el camino, recuperar el dinero y vengar a su mujer. Y está claro que también debe dejar a los Greer. Budd pone a su protagonista al límite. La señora Greer lo seduce amablemente y el se deja. La camisa limpia remite a la idea de agua y todos los pensamientos confluyen en el baño en el río. El plano está cargado de erotismo. La virilidad de Scott y la femineidad de Gail seducen al espectador que no tiene la moral del héroe y solo espera que se besen. El plano conjunto es agradablemente eterno. La charla parece apropiada pero solo es para dilatar la inevitable partida. Y nuevamente la idea de viaje.
El viaje es físico y espiritual. No hay cambio en los hombres sin transición o sin transito y la naturaleza como biósfera es indispensable. Y el cine de western lo entiende y lo refleja así.

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