domingo, 30 de noviembre de 2008

Blanca Nieves en el Oeste

Como el cuento de los hermanos Grimm Seven Men for Now es un clásico, esta vez realizado no por Walt Disney en el 37, sino por Budd Boetticher en el 56.

Sin segundas intenciones ni psicologismos bastan 10 minutos de film para que la trama esté planteada y los motivos y pasajes propios del género estén presentes.

El robo al correo, el asesinato de un inocente, un hombre que busca vengarse otro que intenta sacar provecho en el revoleo, un medio hombre, una mujer hermosa que flirtea con el héroe y el sueño americano que lo sustenta todo traducido en la conquista del oeste. Sin olvidar, la presencia del bestiario (caballos y mulas), y de los indios que luchan contra el blanco, el hambre y la expansión de la modernidad de igual a igual. Armados hasta los dientes.

La evidencia contra el significado, dice Bazin, es todo lo que le da valor a un verdadero gran western y Seven Men for Now hace esto desde un comienzo. Todo parece lo que es.

Con personajes convencionales y en situaciones más que conocidas consigue una gran y simple belleza.

B.B abre el film con un leve travelling hacia adelante luego de dejar unos segundos la cámara fija mostrando algunos árboles, aparentemente secos, paradójicamente en una noche lluviosa. Hasta acá nada dice que se trata de un western, salvo la tipografía de los créditos y la inconfundible música que fuera de la diégesis evidencia lo imaginable.

Otra vez la cámara se paraliza como esperando algo o a alguien. Randolph Scott entra a campo y ya como una yegua acompaña al héroe siguiéndolo detrás. El primer duelo está por verse, o no. Parece que esta cámara es muy lenta para acompañar la velocidad con que el sheriff liquida sus asuntos.

El uso del gran plano general, al margen de establecer el espacio de desarrollo de la acción dramática, evidencia la soledad del hombre. Y quizá el camino que inicia el héroe barranca abajo indique: bien el descenso a un nivel inferior de la tierra para encontrar a los culpables de un crimen, bien sea un indicio de que cuando un hombre lo perdió todo debe abandonar su ego, asumir sus culpas y empezar desde abajo.

Alturas bajas de cámara, ángulos contrapicados, planos medios y americanos (típico del género) abundan el resto del film. También se ven representados cuatro de los más emblemáticos motivos de este género codificado, pero no por eso menos interesante. La demostración permanente de virilidad (manejo de las armas), el pasaje de una vida anterior a un nuevo y mejor principio (la travesía del río), de la vida a la muerte (el duelo), y de la naturaleza al hombre (construcción de América), o del hombre a la naturaleza (el jinete solitario).

Bud Boetticher sabe seducir con los detalles y darle un golpe de efecto a lo que no muestra. Otro ejemplo de esto es la escena del baño de la señora Greer (Gail Russell) en el río atrás del pajonal. B.B solo muestra a lo lejos el movimiento del agua y se escucha un canto como de sirena que encanta a Randolph mientras éste lava los caballos. Esa mujer blanca como la nieve, de ojos celestes como el cielo, con esos vestidos que marcan sus contornos es pura sensualidad y no tiene nada de inocente. Como Cristo entre las mujeres, ella lo es entre los hombres. Y aunque pertenece a uno, solo le interesa otro. Trasluciendo, de manera simple, ni más ni menos la búsqueda e insatisfacción humana.

Seven Men for Now al fin y al cabo es una tragedia, y como siempre hay una enseñanza moral que traspasa la historia, pero para saberla en este caso, directo de fábrica y como oferta promocional, solo cuesta 78 minutos.



THREE BIG MOMENTS

El western es el género cinematográfico que ha retratado la relación del hombre con la naturaleza. Inclusive cuando la modernidad irrumpe lo que se vuelve a plantear es el reordenamiento de esa relación fracturada entre hombre y medio. Todo el tiempo, sobrevivir en una tierra hostil y desconocida es el gran tema de donde nacen los sub-temas que, a su vez, ofrecen las variaciones y los motivos en este cine.
El viaje del protagonista dejando una vida anterior en busca de un nuevo y mejor principio es recurrente en el western. Este camino esta plagado de pruebas y el héroe debe demostrar su moral manteniéndola intacta. Este transitar implica un cambio que se va a reflejar en la resolución de perturbaciones anteriores, y en la tranquilidad espiritual del protagonista para continuar solitario, o bien para asentarse junto a una mujer.
La acción transcurre en un local definido. Entre las montañas, en la pradera, en una estación o bien en un pueblo, pero siempre este lugar es de paso, nunca definitivo. Su función es servir de zona de lucha donde después de algunas alteraciones, el héroe va a auto-reconocerse poco antes del ajuste final. Como en toda sucesión, temporal o espacial, hay hechos o lugares que se anteponen a otros. Pero si se habla de viajes los momentos son, básicamente, tres: la partida, la llegada y el camino que une ambas.
Tanto en Horizontes Lejanos (Ben of The River, 1952) de Anthony Mann, Hombres sin Destino (Seven Men From Now, 1956) de Budd Boetticher, y en 40 Pistolas (Forty Guns, 1957) de Samuel Fuller, el protagonista está transitando la travesía. Tres las partes del camino, tres los directores, tres los films y tres los grandes momentos para hacer de estas palabras imágenes y sonidos.
Minuto cero de Horizontes Lejanos. La cámara está fija a la altura del suelo como una piedra más. La música de Salter marca el paso de las carretas, y espera paciente la entrada a campo de James que coincide con la de Anthony. Para cuando, las fanfarrias gritan a los desprevenidos ambas presencias. Solo después de hecha la presentación, la cámara corta y se ubica mejor para verlo venir de frente y así observar los detalles. Su sombrero de ala recostado hacia la izquierda, su casaca color tierra, su pañuelo a la garganta y su andar de James Stewart. Un hombre agradable entre gente agradable. Pero, en verdad, el viaje en caravana oculta a un hombre que quiere compensar su pasado y construir un futuro mezclándose entre buenas personas, como si el bien fuese contagioso.
Ya en 40 Pistolas, la cámara es más precavida. Será que sabe que puede ser pisada. Toma distancia y observa desde un gran plano general. Montañas, llano, y la sombra de las nubes llenan el cuadro anticipando la acción. Inmediatamente, el oído prima a la vista. Pájaros, el quejido de una carreta por el pedregal, y un sonido abrumador que lo abarca todo. El ojo mira al horizonte y baja bruscamente para esconderse bajo el carro. Y hasta intenta algunas veces salir, pero Jessica y sus 40 ladrones no terminan de pasar. Ahora, el héroe forma parte, literalmente, de esa tierra. Pero no esta solo, sino acompañado por sus hermanos y no va a vengar ningún crimen anterior, porque la pérdida se da en este camino. Pero sí busca asentarse y desde un primer momento sabe con quien quiere hacerlo. El encuentro sexual entre Jessica Drummond (Barbara Stanwyck) y Griff Bonnell (Barry Sullivan) pasa con la fuerza de un tornado dejándolos entre las pajas, exhaustos y desarmados para hablar de ellos.
Por último y de la mano de RanBudd (Randolph Scott y Budd Boetticher) el viaje es protagonizado por un hombre solitario que quiere encontrar a los culpables de un crimen y así resolver el remordimiento que siente por la muerte de su esposa. Pero en el camino están las pruebas. Una mujer de otro hombre y el pecado latente. Sin embargo, Scott no pierde el rumbo, es un héroe y se sacrifica. Es un mártir de su moral pero al final tiene su recompensa.
Diez minutos para entrar al segundo plot point de donde no hay vuelta atrás. Ben Stride (Randolph Scott) tiene que continuar el camino, recuperar el dinero y vengar a su mujer. Y está claro que también debe dejar a los Greer. Budd pone a su protagonista al límite. La señora Greer lo seduce amablemente y el se deja. La camisa limpia remite a la idea de agua y todos los pensamientos confluyen en el baño en el río. El plano está cargado de erotismo. La virilidad de Scott y la femineidad de Gail seducen al espectador que no tiene la moral del héroe y solo espera que se besen. El plano conjunto es agradablemente eterno. La charla parece apropiada pero solo es para dilatar la inevitable partida. Y nuevamente la idea de viaje.
El viaje es físico y espiritual. No hay cambio en los hombres sin transición o sin transito y la naturaleza como biósfera es indispensable. Y el cine de western lo entiende y lo refleja así.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Elena Rockea

Como hace mucho que nadie sube nada me voy a atrever a subir mi critica de persepolis, no es la mejor pero es lo que hay, espero que les guste y si no lo lamento.

Born to be wild
Persépolis, una dura crítica social y religiosa encarnada en un film ingenioso y entretenido.

Madjane, es una simpática y curiosa niña que vive en Teherán (Irán). Junto a ella recorreremos a lo largo de su vida, los cambios sociales y culturales que el mundo sufrió.
Desde el comienzo, nos vemos inmersos en una cultura no muy distinta a la nuestra. En la cual uno puede sentirse identificado en varios momentos de la película con el personaje. Su manera de vestir, la música que escucha, sus ideas y reflexiones, logran colocarlo a uno dentro de la película, como si estuviera compartiendo esos momentos junto a ella.

Persépolis nos cuenta una dura historia, llena de represión y privaciones de la libertad, pasando por las dictaduras del sha Reza Pahlevi, a los ayatollahs, y a la guerra con Irak.
Nos muestra, también, como va cambiando su sociedad, y su cultura, y los medios que usaban estos gobiernos para controlar y reprimir a los pensadores libres. Ya sea bajando línea por la escuela, o sometiéndolos a una religión fundamentalista que los convence de convertirse en mártires a cambio de una singular llave de plástico que abre las puertas del paraíso.

Lo más interesante de la película es cuando, Madjane tiene un autoexilio forzado a Viena por el clima bélico de su país. Allí ella convivió en una pensión con un grupo de monjas. Que mirando detalladamente son tan represivas como las religiosas de Irán.
Incluso su discurso es casi el mismo, imponiendo una moral que en el fondo no hace más que coartar la libertad… esa libertad que la religión quiere lograr a través de la culpa y el martirio.

“El mejor camino para la civilización es la barbarie” esta frase de Nietzsche puede relacionarse en la escena en que Madjane discute con las religiosas en la pensión, y termina con un estallido de cólera de nuestra protagonista al sufrir la discriminación de estas mujeres de fe, que la llaman “salvaje” y “sin educación”.
Este planteo filosófico busca reforzar el concepto brindado en la película, que sociedades ya sean orientales u occidentales, limitan las libertades y curiosidades naturales de las personas. Y quedando catalogado como un “salvaje”, quizás sea la única forma de ser realmente libres.

Estas cosas son las que Madjane va a ir aprendiendo a lo largo de la su vida, a la fuerza entre conflictos sociales, culturales y políticos, (su tío era marxista leninista) y siempre buscando ayuda en los consejos de su abuela.
Hay películas que nacen para ser clásicos, Persépolis nació para ser salvaje.