miércoles, 22 de octubre de 2008

The Walker, de Paul Schrader




The Walker es una película sobre fachadas. En una de las primeras escenas Carter Page (Woody Harrelson) llega a su departamento y asistimos a su ritual diario de desenmascaramiento. Todo su glamour y elegancia desaparecen en un instante cuando, muy cuidadosamente, se saca la peluca y otros accesorios. Debemos tomar muy en serio este movimiento, casi toda la película transcurre en ambientes de una elegancia sobrecargada, donde todo está en su lugar y cada lujoso detalles está cuidado rigurosamente.

Este ambiente es el de la clase política norteamericana, descubrimos durante la película que a esta clase acceden las mismas familias por generaciones y no se hacen diferencias entre republicanos y demócratas, la clase gobernante es una sola y están protegidos por la misma fachada.

La historia gira alrededor de este personaje, un “walker”, acompañante o entretenedor homosexual de las esposas de congresistas y dirigentes políticos, un habitante de estos ambientes de cenas de gala y presentaciones oficiales. En este ambiente hay un homicidio. Las acusaciones salpican a él y a una de estas mujeres. Las motivaciones amorosas o económicas de este homicidio amenazan a los gobernantes de turno. Carter y sus amigas se reúnen habitualmente a jugar canasta.

Este homicidio es también una fachada que nos oculta los miles de homicidios que se cometieron y se siguen cometiendo en la guerra de Irak y en la “lucha contra el terrorismo”. De eso no se habla pero es de lo que se habla todo el tiempo. Una de las jugadoras de canasta interrumpe algún comentario sobre Irak de su compañera y nos avisa: “no vamos a hablar de la guerra”. Todos los personajes (o casi todos) tratarán de cumplir con ese mandato durante toda la película. Pero con esta frase no hace más que poner en evidencia esa ausencia y esto es algo que se va a repetir. El film está lleno de resquicios por donde vemos que las decisiones que esta gente toma en cenas de gala y ambientes glamorosos influyen en la vida de miles de personas. Estos resquicios se van haciendo cada vez más visibles: en una recepción de gala en la embajada colombiana alguien comenta como cambió esa embajada gracias a su apoyo a la invasión a Irak. En su departamento el personaje de Harrelson deja el televisor prendido, el noticiero muestra imágenes de la guerra, está ahí delante pero transcurre en un segundo plano, el diálogo telefónico concentra la atención principal.

Hay un lugar donde la fachada tiene sus mayores grietas, donde Carter se aleja de los decorados y de las miradas que su padre (reconocido dirigente conservador ya muerto) le sostiene desde un cuadro en el living de su casa. Este lugar es junto a su ex novio, un fotógrafo y artista plástico. En su estudio todo está en desorden, ya no se mantiene el orden impoluto y lo vemos trabajar sobre las fotos de prisioneros iraquíes torturados en las cárceles norteamericanas. Aquí Page tiene su punto de contacto con la realidad, se aleja de ese mundo intocable donde el cuerpo nunca está en juego al que pertenece por amistades pero fundamentalmente por legado familiar. Y como pertenecer tiene sus privilegios su integridad física nunca es atacada directamente. El que recibe los golpes, el que pone el cuerpo ante los matones que intentan encubrir el asesinato es su ex novio.

Es notable el trabajo de arte en los ambientes donde se mueve esta clase dominante. Son escenografías recargadas y lujosas pero siempre alejadas de un gusto de “nuevo rico”. Lo mismo ocurre con el vestuario, especialmente el del protagonista.

Estos decorados son acompañados por planos fijos o con movimientos muy cuidados y prolijos, generalmente con angulaciones y alturas normales. La cámara parece cuidar de esta manera la fachada que este ambiente quiere preservar.

Pero Carter no es el único que se corre de este ambiente. El personaje de Kristin Scott Thomas, también sospechada del asesinato, se esconde en el hotel del aeropuerto. Carter la busca, cuando la encuentra la puesta en escena cambia totalmente. Una habitación donde la única decoración es la ventana por donde se ven los aviones aterrizando y despegando, esos aviones que fueron el punto vulnerable de un país intocable, de una fachada intocable. En esta habitación la escenografía es totalmente despojada, paredes blancas desnudas, iluminación más fría y una cámara que ya no es prolija, que no se queda quieta. En este espacio ya no estamos tan seguros, pero tampoco tenemos una fachada que cuidar tan celosamente y la cámara acompaña esta situación.

Los dos personajes tomarán caminos diferentes, uno volverá a su fachada, el otro la abandonará y presenciaremos como desarma esa escenografía, los dos habrán pasado por el miedo de perderlo todo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sencillamente, notable.

Unknown dijo...

Muy buena crítica! Y aun más teniendo en cuenta que fue de lo primero que escribiste para el curso. Este pibe tiene futuro :)

Una parte que me gustó mucho:
"Una habitación donde la única decoración es la ventana por donde se ven los aviones aterrizando y despegando, esos aviones que fueron el punto vulnerable de un país intocable, de una fachada intocable."

Anónimo dijo...

una gran crítica. Lo primero que escribió?
impresioante

Sole Lila dijo...

Una excelente crítica... "impoluta".

Parte preferida: al final, cuando se dedica a la puesta en escena, IMPECABLE
Un placer como siempre leer sus escritos...
Ya esto es algo que viene de hace un tiempo.. pero no queda duda... Usted es el mejor

ignaiza dijo...

Lo de quién es el mejor ya lo habíamos finiquitado. Y después de eso ud (?) me siguió sacando ventaja.
Impoluta... genial